lunes, 11 de octubre de 2010

El pequeño monje, los fantasmas del río y las señoritas de club




















Llegué a Suzhou con la idea de realizar un trabajo alucinante, tenía bocetos y planes de trabajo bien organizados en mi libreta naranja (la conseguí con la revista Cosmopolitan). Me costó encontrar el dichoso callejón de mis sueños, pero lo conseguí gracias a la amable ayuda de un tipo de triciclos, y a un precio de 15 yuanes. Después no sabía cómo reaccionar ante una calle de 100 metros de largo con la mitad izquierda formada por pisos más o menos modernos de los años 80, y la otra mitad derecha literalmente en ruinas. Salvo por las inscripciones en las puertas de entrada de pequeñas bifurcaciones, que por sus nombres relacionados con flores y aromas aún se puede imaginar lo que fueron antaño. Y yo me pregunto: ¿Dónde esta mi decadencia favorita y rebuscada? ¿Cómo podré realizar mi trabajo en este lugar que prácticamente es un NO LUGAR!!!???

Estaba hecho polvo, mis planes meticulosamente planificados se habían ido a la mierda, y tenía un piso alquilado en Suzhou con la renta y las fianzas pagadas, no tenía la posibilidad de ir hacia atrás.

Pillé una gripe gracias a las lluvias contínuas y a la corriente fría, en los cuatro días de reposo en la cama viendo todo tipo de programas de televisión chinos y reflexionando sobre el plan b, tenía apuntes escritos en servilletas y revistas que pillaba a mano, intentando hacerme con un plan de rescate.

En Suzhou vivía en un piso de 38 metros cuadrados con cocina y aseo en la planta 22. La agencia inmobiliaria está en el mismo edificio, en la planta 5. Los inquilinos y las inquilinas bajaban en bragas y camisones y el pelo de recién levantado de la cama para pagar el alquiler del mes, y gritaban protestando por la subida del agua y el teléfono fijo. Me encontraba todos los días con chicas requetemaquilladas y vestidas a lo Fashion en el ascensor sin ventilación, junto con otros tipos que llevaban el sobaco bien mojado y el sudor visible en la frente grasienta en pleno mes de agosto, con un porcentaje de humedad de 98% en el aire.

A mediodía, a la hora de la comida, siempre me encontraba con camareros vestidos de camisa azul con las dos manos llenas de bolsas de plástico con envases de polietileno con salsa de soja saliendo por las esquinas, me pregunto: ¿es que nadie cocina en este maldito edificio? Porque desde que me mudé no he visto a nadie con ingredientes frescos sin manipular, ni una lechuga asomándose por las bolsas de compra.

Cada vez hay más chicas subiendo y bajando por el ascensor, de miradas frías y faldas cortas, de pelo recién lavado y el fino sudor en el cuello con collares de perla (un producto típico de la región) y bolsos de marca. Hasta que un día me contó el conserje de la inmobiliaria a modo confidencial y en voz baja, que todas estas señoritas trabajaban de noche en los selectos clubes de la ciudad, y cada una tenía un horario distinto. Lógicamente se alimentan de comida rápida a domicilio, teniendo cuenta que en China este tipo de comida sale tirada de precio y las raciones son generosas.

Así que resumiendo y buscando razones para mi fallido proyecto sobre el Suzhou decadente y lujurioso, estaba destinado al fracaso antes del nacimiento del plan, por la falta de investigación social y conocimientos del mercado. No estaba al tanto de que se habían mudado todos a otro barrio, y yo estaba en medio de la guarida sin enterarme del asunto.

Un día de estos estaba haciendo fotos en un parque público al lado del canal de Suzhou. El sol estaba cayendo y en la plaza se había aglutinado un importante número de personas que aprovechaban el frescor y habían montado una especie de karaoke al aire libre. Todo el mundo tenía derecho a expresarse a costa del sufrimiento ajeno por 5 yuanes. Se me acercó un niño de 11 años con unos zapatos de tela marrón y la cabeza bien rapada, se interesó por mi trípode de carbono, y me preguntó qué estaba haciendo. Yo le dije que fotos, ¿es que no lo ves?, y le pregunté donde había conseguido estos zapatos de monje tan chulos que llevaba. El niño se indignó y dijo que era un monje auténtico que venía de las colinas de los cinco altares, su maestro les dejaban a todos sus discípulos 1000 yuanes (unos 100 euros) y cada uno podía emprender su viaje como lo deseara y por donde le diera la gana siempre respetando los principios y preceptos de un monje budista. Le pregunté si no era demasiado joven para eso, y el mini monje me contestó con una mirada como si mirara a un completo idiota. ¡¡¡Por  favor !!! ¿Para qué sirven las artes marciales?

Tengo que admitir que el pequeño monje sabía defenderse por sí mismo, en estos días se le acabó la pasta y está trabajando de repartidor de folletos para una empresa de publicidad. Su maestro le dijo que cuando se les acabara la pasta tenían que ganarse la vida con sus propias manos y no de la caridad ni refugiarse en un templo. El pequeño monje tenía las ideas tan claras como un adulto, y una madurez fuera de lo común, al final los dos con una diferencia de edad de 24 años estuvimos charlando dos horas seguidas a gusto y de temas emocionantes al lado del canal de Suzhou. El viento era suave y fresco, y los mosquitos chupaban sangre alegremente de nuestros muslos.

Como estábamos muy cerca de un callejón muy turístico decidimos ir de paseo por la zona, el monje se ofreció de ayudante de cámaras cargando con el trípode. Por la noche, el callejón estaba repleto de gente y turistas con cámaras réflex, las linternas rojas colgaban bajo los rótulos formando hileras y se movían, la música clásica y el canto de la ópera china como fondo ambientador. Me quedé en una esquina poco frecuentada, y empecé a montar el trípode y la cámara. Apenas había luz, el fotómetro fallaba, calculé unos 4 minutos para la exposición y, contando mentalmente el tiempo, tenía dudas de si va a salir todo bien. Por precaución empecé a disparar unos cuantos más, hasta que el monje me dijo que había que tener cuidado. Le pregunté por qué, y el monje me contestó con un tono de voz sereno y carente de emociones: "En el río he visto unos fantasmas del agua muy viejos". "¡No me jodas! ¿Y qué hacen allí?". "Pues jugando con sus únicos juguetes, los peces muertos". A mí me entraron unos escalofríos al instante, y el ambiente relajado del que gozaba de repente dejó de ser tan bonito como pintaba. "Ay, se me olvidaba, tienes uno más detrás, encima del árbol, que está un poco mosqueado. Le has molestado". A estas alturas, ya me daba igual si eran uno o un grupo. "Bueno, eres vegetariano y monje, y yo también soy vegetariano, tampoco hemos hecho daño a nadie y somos personas honradas, así que en principio no hay que preocuparse demasiado, ¿no?". El monje me dijo que tenía razón y que contando con su presencia no iba a ocurrir nada.

Aquella noche, con el río centenario de color verde oscuro bajo mis pies, esta ciudad me reveló una parte de su historia que estaba fuera de mis capacidades de entendimiento racional. Nunca he sentido de manera tan directa y fuerte la historia cargar de aire rancio y frio a la vez, todo lo que nos imaginamos o lo que creemos entender de la ciudad sólo es la capa que flota en el río por la noche. Todo lo relacionado con la verdadera identidad de esta ciudad sólo se puede captar cuando un pez muerto salta a la superficie para respirar hondo.

Durante todo el tiempo que estuve de más en Suzhou, en los periódicos y televisiones locales publicaron más de cinco noticias relacionadas con ahogamientos en el agua. Todos ocurrieron por la noche, y las razones son muy variadas, pero todas las noticias coinciden en que ocurrieron de la manera más tonta e inexplicable, y en un tiempo récord. Un niño baja al río para mojarse los pies, y su vida se pierde en un instante y para siempre misteriosamente. En verano, estas noticias se repiten año tras año, son parte de la vida de los habitantes de la ciudad. Nadie les presta mas atención de lo que es debido y la vida sigue igual.

2 comentarios:

  1. Muy bonito... no se si conseguiste lo que querías, pero el viaje según lo que cuentas son muy buenas, eso es muy importante para hacer fotos!!! En navidades estaré en valencia haber si quedamos a comer o a cenar?....
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  2. El mini monje te habrá aportado grandes experiencias inesperadas. Nada de lo que se planifica suele salir como uno espera, así que no es nada extraordinario ni fracasado que tus planes se salieran de tu libreta naranja, sino todo lo contrario. Ni siquiera la bola del mundo es cuadrada ni tampoco redonda, así pues disfrutemos de la imperfección de esta vida.

    ResponderEliminar